Siempre me ha llamado la atención los problemas por los que pasa una persona que no es heterosexual. Sé que el simple hecho de llamarla persona-no-heterosexual es totalmente desaprobado por los adeptos de la teoría de la que aquí deseo hablar. Pero, lamentablemente, al hablar de este tema me resulta inevitable recurrir a las categorías que tanto desean disolver los adeptos de la teoría queer. Realmente, nunca me ha importado mucho lo que las personas dicen sobre su sexualidad. Si alguien es gay, es gay. Si alguien es lesbiana, es lesbiana. Si, alguien es bisexual, es bisexual. Si alguien no sabe lo que es, simplemente no lo sabe.
El tema suele producir más escándalo del necesario. Entiendo que las personas no adaptadas al discurso heterosexual de nuestra actual civilización progresista, se han visto en terribles problemas de violencia y marginación. Comparto las luchas contra el sistema y sus abusos de poder, pero creo que usar categorías no es tan grave. Ciertamente, es denigrante que la política use las categorías estables de identidad sexual para actuar a favor o en contra de ellas. Pero creo que el problema no está en el significante, sino en el significado que a éstas se da.
¿No sería más fácil poder usar la palabra gay y lesbiana, pero sin que éstas tengan un significado peyorativo? Poder hablar y utilizar estas palabras sin que produzcan una reacción escandalosa sería más beneficioso que borrarlas. De por sí, borrarlas de nuestro diccionario sería muy difícil, al hombre de nuestros tiempos le gusta nombrar, distinguir, y bien sabemos que según el rumbo de nuestra civilización está muy lejos de dejar de hacer eso. Sería mejor que al decir “Tengo un amigo gay” sea casi lo mismo que decir “Tengo un amigo al que le gusta comer chocolates”. Sería más provechoso si al enterarnos de la inclinación sexual de una persona, reaccionáramos como si nos estuviéramos enterando de qué tipo de música le gusta escuchar. ¿No debería ser así? Un simple gusto, una inclinación.
El movimiento queer también comparte la lucha de todos aquellos sectores que son marginados (problemas raciales y étnicos). Este tipo de problemas necesitan ser llevados de la misma forma. Por ejemplo, en Maracaibo suele usarse la palabra guajiro para designar al pueblo indígena wayuu. Cuando oigo que alguien dice “el guajiro ese”, siento que lo hace con una carga de menosprecio, como si todo aquel que fuera guajiro tuviera algo malo. ¿No sería mejor que al decir guajiro fuera equivalente a decir llanero, caribeño, europeo, venezolano? Ciertamente, el problema no está en nombrar, el problema está en las imágenes y significados que una palabra puede producir en nosotros cuando la escuchamos. En muchos casos, sobre todo cuando se trata de personas de generaciones anteriores a la mía, cuando la palabra gay es escuchada lo primero que dicen es: ellos suelen tener sida, son promiscuos, son pervertidos, violan niños… ¿Acaso un heterosexual no puede ser asociado con estas imágenes?
Ahora, recordemos que lo queer se refiere a todas aquellas personas que no tienen un comportamiento sexual socialmente aceptable y “normal”. La política queer se opone a la idea de normalidad. He notado que muchas personas queer se jactan de ser queer, el ser diferentes les puede hacer sentir orgullosos y originales. Opino, que esta no es la actitud que debería tener una persona que quiere luchar por la igualdad de condiciones. Si recurrimos al diccionario de la Real Academia Academia Española, “normal” se nos define como: 1. adj. Dicho de una cosa: Que se halla en su estado natural. 2. adj. Que sirve de norma o regla. 3. adj. Dicho de una cosa: Que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano. Por otro lado, “anormal” se nos define como: 1. adj. Que accidentalmente se halla fuera de su natural estado o de las condiciones que le son inherentes. 2. adj. infrecuente. 3. com. Persona cuyo desarrollo físico o intelectual es inferior al que corresponde a su edad.
Estas definiciones son en realidad bastante cerradas, con respecto al uso que solemos darle a estas palabras. Generalmente, llamamos anormal a todo aquello que nos resulta muy diferente de lo que estamos acostumbrados. Las cosas serán llamadas de una manera u otra según el punto de vista. Ahora, ¿existe un verdadero consenso sobre lo que es normal? No. Teniendo conciencia de esto, ¿podemos decir con verdadera propiedad si una cosa es normal o anormal? Ciertamente, no. Podemos decir lo que opinamos pero no hablar por todo el mundo. La ambivalencia es la clave. Todos somos normales y anormales. Todos.
Anteriormente les hablaba sobre la posibilidad de cambiar el significado de las palabras que son utilizadas para denigrar y descalificar. ¿Y cuál es la mejor manera de lograrlo? A través de la costumbre. La gente se acostumbra a las cosas a través de los medios de información y comunicación. ¿Cómo creen que la gente se acostumbró a ver mujeres en bikini y en minifalda?
El Arte también juega un papel fundamental en este caso. ¿Qué pasaría si cada vez que fuéramos al cine una persona queer apareciera en la pantalla, como un personaje más, sin ser motivo de escándalo en la historia que se nos cuenta? Nos acostumbraríamos a tal punto, que en cierto momento dejaría de ser queer. Lo llamaríamos gay, lesbiana, travesti, prostituta, con toda normalidad. El cine es sólo un ejemplo, ya que hay muchos otros medios para lograr esta meta. El arte en general, lo puede, o al menos puede apaciguar la tensión que produce esta temática en nuestra sociedad.
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